LA CONCIENCIA (Primera Parte)
El gran literato francés Víctor Marie Hugo (†1885) autor de esa bella e inmortal obra Les Misérables (Los Miserables, 1862), escribe la siguiente reflexión:
Escribir el poema de la conciencia humana, aunque sea a propósito de un solo hombre, a propósito del hombre más insignificante, sería unir, fundir todas las epopeyas en una sola grandiosa y completa. La conciencia es el caos de las quimeras, de las ambiciones, de las tentativas, el horno de los delirios, el antro de las ideas vergonzosas, el pandemonium de los sofismas, el campo de batalla de las pasiones. Si a ciertas horas penetráramos al través de la faz lívida de un ser humano que reflexiona; si mirásemos detrás de aquella faz, en aquella alma, en aquella oscuridad, descubriríamos bajo el silencio exterior, combates de gigantes como en Homero, peleas de dragones y de hidras, y nubes de fantasmas como en Milton; espirales visionarias como en Dante. No hay nada más sombrío que este infinito que lleva el hombre dentro de sí, y al cual refiere con desesperación su voluntad y las acciones de su vida1.
¿Qué es?
La conciencia es el centro del alma de cada quien, la sede de los pensamientos más íntimos, el santuario interno en el que se fraguan las grandes decisiones de la persona. La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella2.
Cristo siempre dio una importancia enorme a la conciencia. Mientras sus contemporáneos se regían por normas y reglamentos externos entresacados del Antiguo Testamento y muchos inventados por las autoridades religiosas del momento, Jesús les reprochaba valientemente semejante actitud en la que, tales autoridades solamente cargaban las mentes de las personas con normativas sesgadas y vacías de espíritu: [Los fariseos] atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponen sobre los hombros de los hombres; pero ellos ni con un dedo quieren moverlas3.
Verdad y Libertad
Dos grandes ejes tenía una conciencia recta según el pensamiento de Cristo: la verdad como luz en el camino de la vida y la libertad como actitud fundamental de la acción. La verdad es condición de posibilidad de la libertad y la libertad se convierte en expresión de una conciencia verdadera. Nunca se negarán mutuamente, siempre irán de la mano. Para Jesús La verdad les hará libres4.
De hecho, Jesús mismo se muestra a sí mismo como “verdad” identificando este concepto, desde su perspectiva, con su Persona misma5. Por eso, Santo Tomás de Aquino afirmaba, que Dios mismo es la Verdad.
La voz de la conciencia
Todos conocemos la metáfora de la conciencia: le llamamos “voz”. Carlo Collodi (†1890), en su hermoso libro Pinocchio (Pinocho, 1883) presenta la figura de un grillo (Pepe el grillo) que aconseja a Pinocho y le dice cómo debe actuar, lo correcto e incorrecto, etc. Tal vez por el hecho de que los grillos continuamente hacen su ruido “cri-cri, cri-cri” (sonido que, según la Real Academia de la Lengua se llama “grillar”) y cuando alguien lo escucha en una habitación, se oye por todos lados y es difícil saber dónde se encuentra el animalito con exactitud; así pasa con la conciencia, siempre está ahí, nos avisa y nos alerta: “esto no lo hagas, está mal”; “conviene que hagas tal o cual obra buena”. Por mucho que intentemos saber de dónde viene esa voz, no es posible callarla, se encuentra dentro de nosotros.
La teología moral ha concluido con el pasar de los años, que la conciencia es un reflejo de la voz de Dios en el alma humana. El proceso como esto se desarrolla en el corazón de cada quién es uno de los misterios más fascinantes de la interioridad de cada persona. El mismo Víctor Hugo, a quien mencionamos antes, decía que la conciencia es “la presencia de Dios en el hombre” y así lo consideró desde mucho tiempo atrás la reflexión filosófica y teológica de la Iglesia.
Cicerón, el gran orador romano (†43 a.C.) decía: “Mi conciencia tiene para mí más peso que la opinión de todo el mundo”. De hecho, este personaje fue asesinado por los sicarios de Marco Antonio en la purga que se llevó a cabo tras la muerte de Julio César en esa ciudad; puede decirse que, de alguna manera, dio la vida por sus ideas, como han hecho los grandes héroes de la historia. Cuando una persona sigue su conciencia, la consecuencia de ello es la coherencia de vida con sus ideas.
Desde la fe cristiana, sabemos que es Dios quien se manifiesta en nuestra conciencia; ahí reprende, orienta, nos pone en guardia… y está siempre lista para distinguir el bien del mal.
Para reflexionar:
¿Pongo atención a la voz de mi conciencia en los diversos momentos de mi “día a día”?
¿Descubro a Dios en las advertencias de mi conciencia?
¿Soy consciente de que Dios siempre busca mi bien personal y por eso me reprende o me advierte de lo que pueda hacerme mal?
1 Víctor Hugo. Los Miserables. Planeta, Barcelona 1993; Pág. 215.
2 Concilio Vaticano II. Gaudium et Spes, n.16.
3 Mateo, 23,4. En general, todo el capítulo 23 de este evangelio muestra los reproches durísimos que Jesús hacía a las autoridades religiosas de su tiempo.
4 Juan 8,32
5 Juan 14,6