Aprender a consolar…
2 de noviembre: Conmemoración de los fieles difuntos
“Jamás me cansaré de repetirlo:
la muerte no es la noche, sino la luz;
no es el final, sino el comienzo;
no es la nada, sino la eternidad.”
Víctor Hugo
Llega el penúltimo mes del año; en estos once meses hemos sufrido cambios, para unos perceptibles: unos kilos más o menos, unas canas prematuras, una arruga recién nacida; en otros no se manifiesta exteriormente, sin embargo, ya no somos los mismos, pues ha sido un proceso largo y doloroso en donde no todo se ha perdido.
Conforme ha transcurrido el tiempo, los estragos de la pandemia han dejado de ser números puestos en estadísticas, esas cifras frías de los primeros meses hoy corresponden a personas que han perdido la batalla al contraer la enfermedad. La pérdida de los seres queridos, familiares o amigos, es el tema más frecuente en las reuniones virtuales, donde lamentamos lo sucedido, intentando consolar a quienes se encuentran sumidos en la desesperanza.
Hace poco, un compañero de trabajo perdió a su esposa, pues una enfermedad mortal minó su salud silenciosamente, dos semanas bastaron para arrebatarle la vida; en quince días su familia quedó devastada. Quienes han perdido a un ser querido en un accidente o de un ataque al corazón, experimentan dos sensaciones simultáneas: la sorpresa y la muerte.
Así, de repente, sin previo aviso, como chubasco de primavera, los porqués se agitan tratando de encontrar una respuesta a lo que se está viviendo, a lo que cuesta trabajo creer, a lo que no se comprende y que sin embargo, sucede, provocando reacciones también inesperadas ante el dolor: negación, enojo, resentimiento, desamparo, frustración, tristeza, en pocos, pronta resignación.
Los que todavía sobrevivimos a esta larga pandemia hemos aprendido mucho, sobre todo a fortalecer nuestra fe.
Nos ha dejado aquí para cumplir un consejo divino consolar a nuestros hermanos[1], en especial a los que han perdido a un ser querido, para que juntos podamos encontrar en la fe la respuesta que le dé sentido al sufrimiento y que haga fértil el dolor y lo transforme en agua que vivifique la aridez que dejan la enfermedad y la muerte. Que así, se produzca el fruto que devuelve, a los que creemos, la confianza en ese Dios misericordioso que nos ama tanto.
Sopórtense mutuamente
Al buscar el origen de la palabra “consolar”, leí que viene del latín, entre sus sinónimos están:
ü Aligerar: hagamos menos pesada la carga del prójimo que padece. Seguramente entre nuestros hermanos están los que llevan un peso excesivo, porque tienen que afrontar las consecuencias económicas por la falta de trabajo, ¡apoyémoslos!
ü Aliviar, sanar el daño: asistamos a los que requieren ayuda material para poder subsistir al quedar desprotegidos y vulnerables.
ü Animar: dar fuerza cuando se ha perdido el vigor para seguir adelante. Expresemos palabras cariñosas que logren restituir el ánimo para hacer un esfuerzo mayor y seguir adelante.
ü Apaciguar: tratar de recuperar la serenidad. Cuántas veces nos encontramos con personas alteradas, violentadas porque no hallan la salida a la situación angustiante en la que han quedado… las podemos ayudar llenándolas de confianza.
ü Atenuar: darle un matiz más suave a la desolación. Convenzamos a quienes sufren, para que miren a su alrededor y observen que no sólo son ellas la que enfrentan una situación desafortunada. Calmar, permitir que el ánimo se serene; armémonos de paciencia para dejar que se desahoguen, que expresen todos los sentimientos reprimidos que impiden su recuperación.
ü Reconfortar: hacernos presentes en aquellos que han quedado desamparados de afecto, acercándonos a través de los medios electrónicos, enviándoles mensajes alentadores, que los tranquilicen y que les devuelvan la paz que han extraviado.
Son muchas las maneras de brindar consuelo, todas funcionarán si en ellas ponemos el corazón, si las llevamos a cabo con la certeza de que, como hijos de Dios, nos unimos en la adversidad y juntos nos ponemos en sus manos.
Nunca como ahora el misterio de la muerte adquiere un significado más profundo: es el paso obligado para llegar a la vida eterna, a la presencia de ese Dios amoroso que nos aguarda. Esa verdad representa el mayor consuelo para los que sufren y el mayor bien para los que esperan.
PARA REFLEXIONAR:
· ¿Cuál es la forma que utilizas para consolar a tu prójimo?
· ¿Conoces a alguien a quien puedas consolar?
“Tener fe no quiere decir que
no tengamos dificultades en la vida,
sino que seamos capaces de afrontarlas
sabiendo que no estamos solos.”
Papa Francisco
[1] Col 3, 12-13.
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