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MUJER ¿CUMPLES TU COMPROMISO?

Me gusta pensar que, si las mujeres pudieran disfrutar de la igualdad de oportunidades, podrían contribuir insustancialmente al cambio necesario hacia un mundo de paz, de inclusión, solidaridad y sostenibilidad integral.

(Papa Francisco)

 

Más liderazgo femenino para un mundo mejor

(Anna María Taranto)


 

Septiembre todavía es el tiempo de levantar la cosecha, en muchas culturas se festeja esta tradición con una fiesta campestre, donde se recogen los frutos de la tierra largamente esperados; los primeros frutos se llevan, todavía en algunas partes de nuestro país a la Iglesia, como primicia y muestra de gratitud a Dios por lo recibido.

 

Curiosamente, a partir de este segundo semestre del año, es común escuchar en los medios de comunicación, en reuniones informales, en las escuelas, de cualquier nivel educativo, en los discursos políticos y en las parroquias; temas relacionados con la equidad de género, como un tópico obligado, alimentado por el hecho de que por primera vez sube a la Presidencia de la República una mujer.

 

Hablar del papel protagónico de la mujer ha sido incluido en todos los discursos, como una exigencia de nuestro tiempo, que trata de corregir y reubicar el rol que tradicionalmente se la ha dado a la mujer, su Santidad el Papa, ha manifestado en diferentes ocasiones la importancia de conseguir la igualdad de género, son ejemplos de ello los mensajes dados en la plaza de San Pedro, en el Vaticano:

 

“Agradezco hoy a las mujeres su compromiso en la construcción de una sociedad más humana. Por su capacidad de captar la realidad con una mirada creativa y corazón tierno, y pido para ellas un aplauso”.

 

Lo vuelve a ratificar una vez más “Ellas están más atentas a la protección del medio ambiente, su mirada no se dirige al pasado sino al futuro”. “Las mujeres saben que dan a luz con dolor para alcanzar una gran alegría: dar vida, abrir horizontes vastos y nuevos por eso las mujeres quieren la paz siempre”.

 

Parte de las características del sexo femenino son: la creatividad, la ternura, la fortaleza, la resistencia al dolor, la abnegación, la inclinación a la paz, como medio para lograr la convivencia fraterna y el equilibrio. Se ha demostrado, desde tiempo inmemorial, el valor de la mujer como pilar y sostén de la familia y como responsable de la formación de los hijos.

 

Desafortunadamente, en el afán de conseguir los mismos privilegios del hombre, grupos de mujeres han desvirtuado el movimiento original: darle las mismas oportunidades de desarrollo a todas las personas, independientemente de su sexo.  Dejan atrás los rasgos singulares de lo femenino; en cambio, provocan violencia extrema, agresión descontrolada, miedo y desconfianza. Lejos de lograr la igualdad entre los seres humanos, abren una brecha que confronta y divide, alejando cada vez más la posibilidad de vivir en armonía.

 

Ante este panorama, todos lo que intervenimos en procesos educativos, adquirimos la responsabilidad ineludible de analizar esas reacciones irracionales, creando en los espacios en donde compartimos con los formados, ambientes idóneos, de toma de conciencia, que le den oportunidad a los niños, adolescentes y adultos de reflexionar sobre lo que puede suceder, si no entendemos el verdadero sentido de este cambio hacia una igualdad de género.

 

De tal manera, que padres, sacerdotes y maestros, necesitamos buscar las mejores estrategias para puntualizar el objetivo de la equidad deseada, que parta del respeto a la diferencia, que fortalezca la inclusión, que persiga el bien común; para construir entre todos una comunidad capaz de hacer frente a los problemas del día con día; tomando de cada uno de los miembros que la conforman, sus cualidades, sin distingos de género ni condición.

 

Su Santidad agrega: “No se puede lograr un mundo mejor si no es con la participación de las mujeres y para ello es fundamental crear una igualdad duradera entre hombres y mujeres en la diversidad, porque el camino hacia la afirmación de las mujeres es nuevo, difícil y por desgracia no definitivo. Se puede fácilmente volver atrás”.

 

Y sí, la participación de las mujeres es importante y necesaria, siempre y cuando no se convierta en una lucha antagónica entre unas y otros, por lo mismo, parte de este cambio de paradigma lleva a reconocer la importancia de entender que, si bien se le darán derechos, antes sólo otorgados a los varones, conllevará responsabilidades, asumidas como condición lógica de esta nueva forma de organización social.

 

Por lo tanto, las mujeres tendremos una ardua tarea, crear las condiciones de igualdad en los sitios donde ejerzamos como educadores: la casa, la escuela, la parroquia. Actuar de tal forma, que sean obvias para todos, las razones que sustenten las decisiones tomadas, como responsables de los grupos; encaminadas siempre a beneficiar a la comunidad en donde nos desempeñemos.

 

Aprovechemos la ocasión para consolidar esta nueva forma de convivencia, donde para todos existan oportunidades de crecer, de compartir, de aprender del otro, de reconocerse como hijos de Dios, para Él no hay diferencia de género, ni de edad, ni condición; nos ha creado a su imagen y semejanza, dándonos libertad para convertirnos en seres humanos buenos, con defectos y cualidades, de las que hablarán nuestras acciones.

 

Aceptemos este nuevo rol de la mujer, demostremos que somos capaces de hacer equipo, más allá de asumir el compromiso implicado en la aceptación de la equidad de género, propiciemos la unión de voluntades entre las personas, para reconstruir lo que la desigualdad no permitió conseguir y que hoy se presenta como la posibilidad real de alcanzar la paz entre los seres humanos.

 

Para reflexionar:

● ¿Qué acciones realizas para lograr una sana convivencia entre tus semejantes?

● ¿Qué responsabilidad enfrentas ante la equidad de género?

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